Hacía mucho tiempo que no veía una mata de cardos florecida. El pasado domingo, paseando por la ribera de la margen izquierda del Segura, enseguida llamó mi atención el singular color morado de sus enormes flores mezcladas con los viejos limoneros. Al acercarme a ellas, observé como un nutrido grupo de abejas y cuatro enormes abejorros se hundían y emergían de ellas, sin que les molestara mi presencia. Más que libar, parecían devorar. Una vez dedicado el tiempo necesario para fotografiarlas, la prudencia me empujaba a alejarme de aquel lugar, sobre todo al recordar algunos episodios de mi infancia, unos traumáticos y desagradables, en los que alguno de mis amigos había sido víctima de estos temibles abejorros, y otros más divertidos y festivos, como cuando, durante la noche de San Juan, cada uno llevábamos nuestra "alcachofa" para arrojarla a la hoguera, donde todos los años quemábamos al "Tío de papel", para, después, recogerla y llevarla a casa a colocarla en una jarra de agua y esperar que, a la mañana siguiente, se produjera el irremediable milagro: aquella flor chumascada en la hoguera volvía a florecer. Nuestra inocencia e ingenuidad no le daba la trascendencia que se le atribuía a esta, casi, ordalía: el amor de la amada o del amado dependía de si florecía o no la flor del cardo. Nosotros pensábamos en cosas más prosaicas.
Si se amplían al máximo las dos últimas fotos, se pueden observar perfectamente los enormes abejorros.
Sí, sí, esto es buen jazz: Abdullah Ibrahim.
Qué valor tuviste al realizar la foto con los abejorros rondando....
ResponderEliminarSaludos!!
Kumquat, sentía temblores por todo el cuerpo al contemplar tan cerca la voracidad de aquellas fieras, que, por fortuna, no son carnívoras.
ResponderEliminarUn saludo